Todavía recuerdo las mañanas oscuras y frías, donde una luz tenue empezaba a aparecer de la nada, como un rayo láser que destruía a los monstruos debajo de la cama y adentro del guardarropa. Escuchaba tu voz, la misma voz chillona, aunque un poco más fuerte que ahora, más dominante. Antes me molestaba como nada en el mundo cuando empezabas a tararear el sonido de una trompeta militar, y el grito que retumba las paredes de mi cóclea "personal de guardia!!! dos! treees!, levantarse!!!", de pronto, un beso áspero, tosco pero lleno de amor llegaba a mi frente. Yo sólo podía fingir que la luz no molestaba mis ojos y seguía atrapado en un tormentoso sueño. De pronto, me decías "mira, ya llegó el pajarito a despertarte, escuchas como canta? esta diciendo que ya te levantes, que ya es hora de ir a la escuela", yo, ingenuo y esperanzado en poder verlo, me levantaba de un salto hasta la ventana para poder espiar. Muchas veces grité a los cuatro vientos que no deseaba ir a la escuela, estaba harto de ver tantos niños cansados, dormidos, tragones, hostigadores, caminando lentamente por los pasillos en dos filas hasta las aulas, tan largas y frías como un teatro viejo. No siempre fui un niño brillante, a menos que tenga que hacer una que otra travesura, como cuando armamos un frente de lucha con 50 niños más y armamos una gresca monumental en la cancha de fútbol, era lo más parecido a la tercera guerra mundial de los pitufos o algo por el estilo, de pronto, un niño agarró una piedra y me rompió la nariz; con los ojos llorosos en el piso, solamente podía ver siluetas de niños que gritaban "se murió, mira la sangre!"; yo solamente podía pensar en la zurra de mi madre y el griterío amenazante de mi padre, mis últimas palabras fueron "me cague"... Poco después estabas ahí, con una mirada absorta, pero lleno de amor. Me acogiste entre tus brazos, como un héroe salvando a una víctima, me llevaste a un lugar seguro y ahí pude sanar. Tantas noches y tantas mañanas estuviste ahí, sentado en mi cama, preocupado por mí. Hasta ahora lo haces, como si el tiempo se hubiera detenido, pero los minutos pasan, las noches se terminan y ya no somos iguales, tú te lamentas de ya no tener la fuerza necesaria para poder cargarme cuando terminaba rendido en tu cama y llevarme hasta la mía para, despúes del mismo beso áspero, tenderme entre las cobijas. Yo ya no peso tan poco ni mido un metro, ya no vivo contigo y cuando tengo problemas, los trato de solucionar solo. A veces también quisiera ayudarte a detener el tiempo, porque no somos enemigos naturales, soy tu producto, sigues siendo mi héroe, a pesar de haberte dado tantas guerras como si en realidad fuera tu archienemigo, pero, al final del día, una simple mirada superaba la tensión. Alguna vez añoré alguien que juege al fútbol conmigo, que me compre un auto como lo hacián con mis amigos, pero en esa época tonta y oscura me enseñaste algo mucho más valioso: el luchar por lo que uno desea, el valor de los libros, la importancia de la familia, aprender a tener equilibrio en la vida, ahora estoy orgulloso de ti, soy el peor de todos tu hijos y el más agradecido, me hiciste crecer, me enseñaste a levantarme y me demostraste con tu ejemplo que el derecho de ser hombre radica en la combinación perfecta entre ser ogulloso y valiente, amoroso y tierno, fiel y noble. Me enseñaste a luchar por mi familia, a querer a una mujer, a trabajar, a cuidar el cuerpo, a errar y a mejorar. Ahora me has dado la batuta, ahora soy yo el que tiene que predicar con el ejemplo, el que debe tararear una trompeta militar y cargar entre sus brazos como un superhéroe a su víctima rescatada, la ventaja de estas épocas radica en el hecho de que todo problema tiene una respuesta, existe el remedio de toda enfermedad, la cura para todo mal y productos para toda necesidad; ahora existen escuelas para padres, folletos y guías para el usuario, especialistas y terapias, pero existe una realidad: uno nunca aprende a ser padre, peor aún a ser hijo, y aunque se que no fui el mejor, creo que tuve el privilegio de tener al mejor de todos. El día que te vayas, se que volverás todas las mañanas a mi ventana y trinarás para despertarme. Algún día, si mi hijo escribe sobre mi, sabré que mi vida ha sido dichosa y de verdad he cumplido mi misión.
Gracias Mauro.
Que la vida es cíclica y los años van pasando como finas cuchillas... Que el cariño nunca termina, siempre evoluciona... Que tu hijo tendrá mil maneras para demostrarte lo que necesite decir...
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