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martes, 4 de octubre de 2011

El efecto redundante de la (in)convivencia


El sol que nos abrigaba ayer, hoy no quiere siquiera alumbrar, sientes que a veces tu corazón tiene la misma tonalidad de esta tarde?
Mojas los cabellos que alguna tarde acaricié... no son tan lisos, pero son míos, y al final es lo único que importa; aún sus hebras oscuras caminan entre mis dedos. Ellos también te extrañan.
Sola, triste, enmascarada... el desdén de una sonrisa muy practicada, la necesidad de mostrarte enojada, parca, volátil... esa también eres tu, pero sólo la mitad menos uno... ese uno que te hace falta soy yo.
Insisto en armar rompecabezas en el pasado y burbujas de jabón del tamaño de mi memoria, que vuelen hasta estallar en la punta de tu nariz. No habrán más canciones tristes ni pañuelos de satín alrededor de tu cuerpo maltratado, solamente un par de palabras que, en la medida del silencio se vuelven impenetrables e impredecibles. "La palabra tiene poder" me decía mi madre... pero guardo las palabras que nunca he pronunciado en este bolsillo roto de mi chaqueta, esa chaqueta verde que tanto te gustaba, esa que extraña reposar sobre tu abrigo gris una tarde de domingo, un domingo cualquiera donde la chica del domingo, la que pensaba que ese era su único día, sin darse cuenta que todos los segundos de la mía estaban dedicados a su existencia, paseaba por esas calles vacías con este chico cualquiera sobre el sol de las 3 de la tarde... el mismo sol que nos abrigaba ayer y que hoy, ni siquiera quiere alumbrar...

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