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jueves, 2 de agosto de 2012

dream on




Mil (1989)

Tengo algo importante que decir
ahora que acabamos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.
Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Se va a comer las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rió indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan sobre un barril de cerveza
en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna a El-Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,
y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviésemos cayendo,
llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que ríen
o no ríen.
Ésta ya no es ni ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.
¿Me oyes? Estoy en una cabina.
Si, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? Yo también. No, aún no se corta.
Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas 07, luego 971 y después 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escucharte.
Pero no me preguntes lo que dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier lugar.
No, no cortes, por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al-Khaimah
o a cualquier lugar.
Mientras tú hablas, no tengo frío.
Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerrillera del Vietcong.

Manuel Rivas




Sales y entras de mis sueños cuando te da la gana, me dices que soy el único culpable de esto, porque, de una extraña manera, soy el único responsable de lo que ha sucedido. Te comes las nubes, rompes los bosquejos que mis posibles finales, te robas los colores del escenario, dejando un grisáceo blanco perdido en el firmamento y te vas.

Tengo la boca con un amarescente sabor a vacío. El corazón se aprieta en un intento por sacar todo lo que siento por ti cuando me atrevo a pensarte. Es la luna, pienso en voz baja. Si pudiera bajarla a pedradas, lo haría con la rabia que me sobra del día que me dijiste que tu confusión solo te permitía escapar. ¿porque no escapar de tu mirada? Es mi culpa por rellenar con ilusiones los espacios vacíos de las gradas que me llevan hasta tu extraña forma de reaccionar.



Silencio. Es lo único que me puedes regalar en estos violentos y oscuros tiempos... silencio. El corazón estalla víctima de la presión; estalla con la fuerza de mil megatones pero no escucho nada, ni los pasos de tu sombra alejándose (una vez más) en mis sueños...

Silencio...


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